Granda Martino, Celestino


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Descripción


Celestino Granda Martino, sacerdote nacido en Soto de Sajambre (León) el 6 de abril de 1928 y residente en la ciudad de Gijón (Asturias) desde 1954 y hasta el final de sus días.

Este destacado alumno de los Seminarios asturianos de Tapia de Casariego, Valdediós (Villaviciosa) y Oviedo —en el que llegaría a ser catedrático de Filosofía—, recibió la ordenación sacerdotal en junio de 1952, tras lo cual sería destinado a Vitoria (País Vasco).

Seguidamente pasó a ocupar importantes cargos en la Iglesia asturiana, como el de vicario del oriente de Asturias, el de delegado de Enseñanza o el de consiliario de la Acción Católica Obrera.

Su labor pastoral la ejerció no sólo a través a través de la docencia en el Instituto Jovellanos, la Escuela de Comercio, el colegio de las Ursulinas, del que fue capellán..., sino también desde el púlpito. Así, Celestino Granda, un sacerdote muy comprometido con el movimiento vecinal hasta el punto de implicarse muy activamente en la protesta contra el PGOU gijonés por afectar a la zona rural, fue titular de la parroquia gijonesa de Granda entre 1974 y 2006, año en que hubo de dejar de ser su administrador por enfermedad, rindiéndole los vecinos entonces un emotivo homenaje. Durante su estancia allí promovió la puesta en marcha de la asociación de vecinos y organizó grupos de teatro y folclore. En 1981 se había hecho cargo también de la parroquia gijonesa de Roces, donde estuvo hasta el verano de 2010; se había ganado a los fieles y congeniado con vecinos de todas las ideologías gracias a su carácter dialogante.

Falleció el 1 de noviembre de 2010, a los 82 años, en la ciudad de Gijón (Asturias), a la que había llegado en el año 1954. Su funeral tuvo lugar al día siguiente en la iglesia parroquial de San Julián de Roces –cuya rehabilitación logró tras varios años de brega—. Seguidamente, fue enterrado en su pueblo natal de la montaña leonesa.

IN MEMORIAM

 

 

  • Autor: Javier Gómez Cuesta*, párroco de San Pedro Apóstol de Gijón.

Hay árboles que parecen hombres y hombres que parecen árboles», suspiró un día el poeta. Por sus frutos los conoceréis, sentencia el evangelio. A D. Celestino, la mejor asimilación que le corresponde sería con un roble alto, robusto, corpulento, de los que ven pasar el tiempo con serenidad, con sabiduría y junto a ellos uno se siente más seguro porque transmiten aguante y comunican fortaleza («deja que el viento calme», me dijo un día) pero rugen broncos el día de tormenta.

 

Desde hace años, una artrosis furibunda le tenía como amordazado, encorvado, en el límite del aguante y la queja por el insoportable sufrimiento. Pero él, como el roble. «Los árboles mueren de pie», escribió Casona. Así fue D. Celestino. Cuando esta mañana me comunicaron su muerte, quedé sorprendido. Habíamos comido juntos, con otros amigos comunes, hace unos quince días. Llegó con ese escorzo en el que se adivina el sufrimiento de la torcida enfermedad y la satisfacción de poder disfrutar un rato de amistad. Estuvo locuaz y entretenido en su conversación. Era un buen conversador. Recuerdo que nos dijo que había un jesuita leonés, hombre sabio e investigador de los parajes de Sajambre y montaña asturleonesa, que apuntaba la posibilidad de que Cervantes había nacido en Oseja de Sajambre.

En Soto de Sajambre, un 6 de abril de 1928, había nacido Celestino Granda Martino. Llevó siempre lo mejor de su tierra en su sangre, montañero y cazador. No había cresta o pica que no culminara ni rebeco o jabalí que se le resistiera. Los Picos de Europa fueron como su segunda casa y a muchos llevó por ella. Los que le acompañaron en sus correrías y cacerías saben de su resistencia física y pericia montañera y de su sagacidad y picardía con la escopeta en ristre.

Fue alumno espabilado e inteligente en los Seminarios de Tapia, Valdediós y Oviedo, donde se pasaba hambre y penurias, pero se recibía una buena y vasta formación y se forjaba el temperamento. Los seminarios eran antes como fraguas. Recibió la ordenación sacerdotal el 7 de junio de 1952. Fue formador en el mismo seminario durante el trienio 1962-65. Pronto, con la chispa e ingenio que tienen algunos para caracterizar, le pusieron un mote o sobrenombre: «Agamenón», ese personaje mítico de la Ilíada de Homero. Antes nos sabíamos esa epopeya casi de memoria y la traducíamos del griego. Le venía bien el apodo por su corpulencia, su grave timbre de voz y su sagacidad y astucia. Pocas fechorías le pasaban inadvertidas. Cuando sus alumnos se la daban, sentían tanta alegría como Aquiles en sus victorias. Aquellas historias reales vividas podrían dar muchas entretenidas novelas.

En el año 1954 vino a esta ciudad de Gijón en la que residirá ya hasta este final de su vida. Nada menos que cincuenta y seis años. Todos dedicados a la misión de profesor en la Ursulinas, Escuela de Comercio, Peritos, Institutos. Precisamente por su valía para esta campo de la enseñanza y su preparación, fue nombrado Delegado de Enseñanza, donde desempeñó una gran trabajo de dignificación y reconocimiento estatal de la misión de profesor de la asignatura de religión, trabajando en colaboración con el entonces obispo auxiliar D. Elías Yanes, del que fue gran amigo. A él se debe en gran parte el estatuto legal que hoy tienen. Hombre de grandes conocimientos, de razonamiento lúcido, preparaba las clases y las batallas que tenía que dar con sólidos argumentos.

Fueron tiempos muy difíciles para la supervivencia de la asignatura de religión en los institutos españoles. Le encontrabas en su despacho con los lentes a media nariz, la legislación abierta y una cuartilla en la mano con la munición apropiada y dispuesta. Muchos pleitos ganó y en muchas reuniones convenció. Como Agamenón, que durante diez años tuvo sitiada la ciudad de Troya y al final venció. Pocos habrá tan perspicaces para saber interpretar y sacar toda la entraña que puedan llevar las leyes y sus reglamentos.

Sin abandonar su actividad profesoral, en los primeros años de los setenta, tuvo el encargo de la Vicaria del Oriente. A continuación, en el año 1974, fue párroco de Santo Tomás de Granda y, en 1981, asumió también la de San Julián de Roces, en el arciprestazgo de Gijón. Como párroco fue un hombre con iniciativas y animador de la participación de los seglares, al mismo tiempo que comprometido con los problemas del Gijón rural, como se manifestó en los conflictos entablados por el último plan de Ordenamiento de la ciudad. En las dos parroquias tuvo sentidas y agradecidas despedidas, al optar por la jubilación que solicitó empujado, más que otra cosa, por la situación de su deteriorada salud.

Ahora, un poco aprisa, llevando en el zurrón ochenta y dos años repletos, ha vuelto a subir a la montaña. Esta vez ha sido ya para transfigurarse y poner su tienda junto a la del Señor.

Nota

(*) Este obituario fue publicado también en el prestigioso diario asturiano La Nueva España, de Oviedo, bajo el título Celestino Granda Martino, como un roble y con fecha sábado 2 de octubre de 2010.

Dirección:


Dirección postal: Gijon. 33201 Gijón (Concejo de Gijón). Asturias (España)

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Referencia:


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